Testimonio
Por: Valeria Vargas
“La gente me ha preguntado a veces por qué elegí ser bailarina. Yo no lo elegí. Fuí elegida para ser bailarina y eso es algo que no puedes eludir…
Con dos años recién cumplidos, más gateando que caminando acudí por primera vez a una clase de ballet. Las zapatillas diminutas, las mallitas rosadas y un moño bien alto, con lacito encima, pues era requisito en las clases de la regia señora Flor del Carmen Montalbán. Un salón lleno de espejos, piso de madera y las barras (a las que no pude llegar hasta que tuve 5 años), el piano a un lado y la tiza para no resbalarse al girar. Las clases no resultaban suficientemente largas para poder hacer todo lo que quería, y al finalizar no podía esperar a que fuera la siguiente clase.
Los demás niños corrían en las tardes de verano, mientras nosotras estábamos en el atelier, los demás niños se tomaban fotos con Santa Claus, mientras nosotras nos preparábamos para la función navideña. Así pasaron los años, los teatros, las tablas, tus tutus, las puntas (y del dolor al estrenarlas!), las vendas ensangrentadas y las ampollas en los pies (cosa que siguen hasta la actualidad); los que llevan tanto tiempo en la danza saben que ese dolor del que hablo es dolor del bueno.
El sacrificio valió la pena, la ovación del público, las caras conocidas gritando nuestros nombres y el telón cayendo frente a nosotros, las lágrimas corrieron por nuestras caras, y solo el recuerdo de esa primera función tiene el mismo efecto hasta la fecha. Y fuera ballet, contemporánea, jazz o hasta hiphop, la danza corrió el cuerpo de cada uno de nosotros, nos hizo movernos hasta la médula y continúa haciéndolo.
Es una lástima que en nuestro país no exista una real apreciación hacia la danza, pues el que se mete en este medio se parte la espalda (y los pies) para poder hacer que su nombre sea conocido; mis propios compañeros no me dejan mentir. La promoción de los eventos se hace en cualquier medio posible, pues el patrocinio es prescindible, más la crítica del público no lo es.
Ahora, casi dos décadas después he aprendido una gran lección, no importa el profesor, no importa el género, el tipo de zapatos o el teatro en el que se baile; lo rescatable de esta experiencia es poder haber encontrado esa conexión con nuestro cuerpo (pues, lamentablemente, hemos aprendido a silenciar lo que nos dice nuestro propio cuerpo!), una unión orgánica que se da cada vez que la melodía comienza a sonar. Una vez que el movimiento inicia es difícil que se detenga.
Para bailar no hay que ser experto, bailar es una de las acciones más primitivas que hacemos, pues se expresa lo que llevamos adentro: se baila cuando se está feliz, se baila cuando se está ansioso; bailo hasta cuando estoy cansada… Sin embargo, nunca hay que dejar de bailar, probablemente el día que dejemos de bailar el mundo se va a detener.
…solamente cuando existe una forma de hacer que tu vida y la de los demás sea más intensa, deberá emprenderse esta carrera. Y entonces conocerás los prodigios del cuerpo humano, pues no hay nada más prodigioso. Cuando vuelvas a mirarte al espejo, fíjate bien en el ángulo de las orejas, en la cabeza; observa la forma del nacimiento del pelo; piensa en todos los huesitos de tu muñeca. Es un milagro. Y la danza es la celebración de ese milagro."
Martha Graham